jueves, 17 de marzo de 2011

Booted & Suited. Capítulo 9: Bienvenido a las laderas


Nota: Lo de siempre: los videos, fotos y links a las canciones las ponemos nosotros, NO son del libro. 

Capítulo 9: Bienvenido a las laderas

Jesús ama a los pequeños skinheads
A todos los skinheads del mundo
En sus tirantes y botas
Y su cabello corto
Jesús ama a los pequeños skinheads del mundo
Canción popular en las graderías, cantada a ritmo de “Jesus loves the Little children” de Ray Stevens.

El año de 1971 empezó donde 1970 había acabado, con la reputación del Tote End creciendo cada semana. Otra visita del Aston Villa en Enero significó un batalla masiva tan pronto como los fans del Villa se bajaron del tren en Stapleton Road- la calle junto al Black Swan estaba llena de botellas rotas, ladrillos y mierdas que habían dejado atrás los dos bandos en su pelea. Estábamos pasando un día de campo, los periódicos estaban llenos de nosotros, y nos encantaba.

“¡Somos superiores! ¡Somos superiores!” era un extraño, casi infantil, canto vociferado por una feroz banda de skins del Preston North End que nos sorprendió desprevenidos. Llegaron temprano y se infiltraron en el Tote End un Sábado a principios de Abril.  Los cabezi-rapados, y de pantalones blancos y anchos Lancastrianos, no solo habían montado un campamento en nuestra gradería local, sino que también habían   profanado el estadio al graffitear “PNE Skins”  y dibujar enormes y caricaturescas ilustraciones de Doc Martens por toda la parte de atrás del Tote. Habían obtenido una victoria, pero una que, al igual que su canto infantil, estaba a punto de llegar a su final con un bien planeado ataque a dos frentes apenas sonara el silbato del medio tiempo. El ataque carnada, del que yo era parte, arrancó del lado derecho, los tipos de Preston, ansiosos como nosotros de probarse a sí mismos, se nos lanzaron, completamente ajenos a la multitud más grande que los atacaba desde atrás. El movimiento sorpresa causó revuelo, salieron corriendo hacia la cancha, ensangrentados, golpeados y derrotados, sólo había una cosa que podíamos cantar: “¡Son inferiores! ¡Son inferiores!”  Nunca había escuchado esos extraños cantos antes, y lo que es más importante nunca los volví a escuchar después.

El siguiente fin de semana era pascua. Las cosas se veían realmente bien: los Rovers lo habían estado haciendo bien y decidimos salir en uno de nuestros viajes de nuevo, esta vez lejos… a Gales. Debido a la falta de dinero tuvimos que viajar en el más horrendo modo de transporte conocido para cualquier hooligan que se respete- los buses para fanáticos del club. De todos modos, había un montón de nosotros mientras salíamos de Eastville, ansiosos de una pelea y de darle a los Taffies una buena paliza. El sol brillaba y mis Monkey Boots no podían dejar de bailar- Dave & Ansel Collins estaban en el puesto 1 con “Double Barrel”- ¡verdaderamente Dios era Skinhead!  

Aunque el Reggae era casi que la música propia de los Skinheads, el Soul, y en menor grado Motown, también era popular todavía, especialmente entre las Skinhead girls en los salones de baile y clubes juveniles. Pero por más que disfrutaba llevar el ritmo las canciones de Arthur Conley y Junior Walker con mis botas, las grabaciones de Diana Ross y Stevie Wonder me dejaban frio. Yo sabía lo que realmente quería: moon-hopeante, boot-stompeante, y poco sofisticado Reggae. La popularidad del Reggae había llegado a su punto máximo en 1970,  pero todavía tenía influencia sobre nosotros un año más tarde, y cuando “Double Barrel” llegó al número 1 en Marzo, se comprobó que los skinheads todavía estaban vivos y pateando, literalmente. 


Sin embargo, estaba volviéndose difícil  escuchar y comprar Reggae reciente. Radio One y las  listas estaban dominados por apestosa basura Hippy, con Marc Bolan y T.Rex pasándola genial. “Ride a White Swan” me irritaba como un putas. Era demasiado pegajosa, casi hasta me gustaba- lástima que la cantara algún Yeti drogadicto. Como skins relativamente jóvenes, habíamos explorado las joyas de unos pocos años atrás y dependíamos de los geniales álbumes compilados  Tighten Up y Club Reggae, que se podían comprar por menos de una libra esterlina, qué regalo. Comprar sencillos era toda una aventura. CA Records en Picton Street era un sitio donde regularmente veías Skins…
“¿Tienes ‘Hijacked’ por Joe Gibbs, Roy?” le preguntaba al dueño de la tienda todas las mañanas de Sábados, como relojito.
“Llegará el Lunes de la otra semana” era la respuesta estándar de Roy.   
El problema era que cada vez que llegaba un disco clásico, te lo arrebatada inmediatamente el que ofrecía más. Descubrí que a CA todavía  le iba bien a principios de los 90’s y pensé en intentarlo una vez más.
“¿Tienes ‘Hijacked’ por…”
“Llegará el Lunes de la otra semana”, respondió Roy, sin siquiera tomarse la molestia de levantar la mirada del cigarrillo que enrollaba. Entendí el mensaje, nunca conseguí ese disco.

Los skins habían desarrollado una afinidad con el Reggae, y con su predecesor el Rocksteady, de la misma forma en que los Mods habían sido asociados con el Soul y el Ska. Había cierta presunción en el Reggae que le hacía especialmente apropiado para los Skins: sin pretensiones, básico y en ocasiones hasta ‘feo’, los dos iban de la mano y en ciudades con una gran población inmigrante como Londres, Birmingham,  y en menor proporción, Bristol, había hasta Skins negros. De hecho mucho de las primeras modas Skins, fueron plagiadas de sus equivalentes negros adolescentes. Sombreros Pork Pie y trajes apretados en Mohair con la bota del pantalón justo por encima de los tobillos habían sido populares entre los ‘rude boys’ en Jamaica. El porqué jóvenes blancos, working class, que vivían en los council estates, adoptaron música negra del otro lado del Atlántico,  es un misterio, pero por lo menos yo no iba a aguar la fiesta. Yo era un estereotípico skin, y escuchaba mi estereotípica música.  Moría de ganas de visitar el Bamboo Club, el legendario club jamaicano en el Distrito Saint Paul de Bristol, en el cual se  habían presentado leyendas de la música jamaicana como Owen Gray, Alton Ellis y los Skatalites. Pero con solo 15 años y vestido como me vestía, sabía que las posibilidades de que eso pasara eran las mismas de que Enoch Powell visitara el Curry House de su barrio y pidiera un vindaloo. No es que fueramos racistas- lejos de eso. De hecho, ningún skin que haya conocido en esa época lo era, por lo menos no en lo que se refería a los jamaicanos. Debo admitir que habían ataques a asiáticos y desafortunadamente el término ‘Paki-bashin’ había entrado al lenguaje inglés para principios de los 70’s, pero los skinheads negros estaban usualmente involucrados en estos ataques junto a sus amigos blancos, así que decir que era por la raza es un poco difícil.  

La verdad es que muchos de los skinheads eran ‘tipos malos’ y los ataques e insultos a solitarios asiáticos, así como a greasers y a homosexuales, eran más acerca de seguir a la manada y probar su llamada ‘dureza’, y no sobre  hacer alguna declaración de políticas. La política, por lo menos durante los primeros años de este culto en particular, no era algo que le importara una mierda a los skins.  

Pensándolo bien, una buena cantidad de skins probaron el queer bashing (ndt: golpear mariquitas) al igual que  el paki bashing; no habían muchos pakistanís en Henbury así que teníamos que conformarnos con los maricas. Una vez lo probé- la parte de golpearlos no la de ser marica. Fui a los baños públicos al fondo de Cheltenham Road junto a Nicky Pullin, un tipo de Horfield que había conocido durante la pelea contra Preston.  El plan era que Nicky esperara junto a los inodoros mientras yo estaba parado afuera, esperando a que Quentin Crisp, o  quien fuera, apareciera. Yo sé que se supone que los baños públicos  son huecos de mierda, pero éste lo era literalmente. Lo que hacía que los homosexuales quisieran tener sexo en baños sucios, asquerosos y llenos de mierda y orines, iba más allá de mi imaginación. Confirmaba mis prejuicios, se merecían una buena paliza, robarles la billetera sería un extra.  Eventualmente Quentin apareció.  Era un viejo grande que se quedó mirándome justo a los ojos, sabía lo que se avecinaba, de hecho tal vez hasta le gustaba la idea. Obviamente se le había insinuado a Nicky. 

“Chris, ¡ya! ¡Atrapa al hijoputa!” gritó Nicky desde dentro del mierdero.
Esperé.
“¡Ya! ¡Entra aquí!”
Seguí esperando, ahogué una risa.
“¡Quítame las manos de encima asqueroso marica! ¡Browner entra aquí ya mismo!”
Todavía podía escuchar los chillidos de Nicky mientras abordaba un Bus 77 que pasaba. Me reí para mí mismo mientras dejaba a Nicky a su suerte.  Por lo que sé, tal vez todavía siga allí. 

Diré lo putamente obvio: El sur de Gales es un sitio pesado. Décadas de sudar, esforzarse y partirse la espalda en molinos de acero, minas de carbón y puertos habían producido una población agresiva y beligerante. Si hay una cosa que los chicos de los valles disfrutan más que pelearse entre ellos, es pelear con ingleses. 

Llegamos a Swansea, confiados y con ganas de pelear. Sin embargo el Tote End llegó allí en pequeños grupos, y no en multitud como había pasado en Torquay. Ese era el problema con los buses, en especial los de fans del club. Sin ninguna organización ni ningún líder nos empezábamos a sentir un poco inquietos.
Swansea quedaba bastante lejos del cómodo Torquay, hileras de casas en ladrillo rojo, fábricas de acero, puertos: el lugar perfecto para criar duros, rudos fanáticos del Aggro. No íbamos a quedar decepcionados, Waddsy tomó el liderazgo como de costumbre. 

“Vamos a buscar un pub y pasar desapercibidos por un rato. A ver qué pasa.”
Ninguno de nosotros estaba de humor para ir buscando problemas, no todavía. Era la primera vez que nos sentíamos vulnerables. En nuestro territorio, Eastville, éramos invencibles ante cualquiera, sabiendo que había una multitud gigante que nos respaldaba; pero aquí estábamos por nuestra propia cuenta, y resaltábamos como las bolas de un bulldog. Nerviosamente jugueteaba con la pequeña navaja automática que había escondido en el interior del forro de seda de mi bomber de gamuza. Si me tocaba, si de verdad, verdad me tocaba, tendría que usarla hoy. Mis manos temblaron y mis bolas se encogieron al tamaño de una arveja congelada. Andy, ¿dónde estás?

Luegos de varias rondas de “Lo siento chicos, son demasiado jóvenes”, no las arreglamos para encontrar un pub no muy lejos del estadio de Swansea. Waddsy entró primero, siempre lo hacía, era el que se veía mayor. Le seguimos casualmente, tan casualmente como era posible con tus bolas acomodadas plácidamente en tu estómago.

“Light Split (ndt: creo que alguna combinación de cervezas)” dijo Denny, su voz una octava   más grave de lo normal.
 
“¿Son lo suficientemente grandes, chicos?” preguntó el folla-ovejas del dueño.
“Seh, todos tenemos 18” dijo Waddsy. Eso era un chiste y el dueño lo sabía. Por mucho yo podía pasar por alguien de 17, pero Lil no se veía ni de 15, más bien parecía de 12.
“Ok, pero siéntense en la esquina y nada de problemas.”
 
Nos dirijimos todos a la esquina, nuestros ojos fijos en nuestras cervezas, no nos atrevíamos a mirar alrededor.
“Todo estará bien” dije “los demás llegarán pronto y nos encargaremos de este sitio.”
Todos asintieron con la cabeza, sin creerme ni un segundo.
 
El pub estaba prácticamente vacío, unos cuantos pensionados, fumando sus cigarros y leyendo sus periódicos.  Mientras que cerca, junto a la maquinita de apuestas un par de chicos locales, vestidos con ropa estándar de hooligans de fútbol, Levi’s, botas y Harringtons idénticas, cada uno de ellos con su pelo limpio y organizadamente corto, nos miraban con atención. Nos habían visto de inmediato. Había 6 de nosotros, los mejores cuatro de Henbury  más un par de chicos de Yate   que acabábamos de conocer y que se nos unieron para la diversión. Los Taffies se susurraron algo entre ellos y salieron rápidamente. Estaban planeando algo.
 
“Vamos tras los bastardos” dijo Benny, siempre bocón, siempre estúpido.
“No, déjales. Acabamos de llegar, no pasará nada” dijo Waddsy.

Pasaron 10 minutos. Cada vez que se abría la puerta nos preparábamos y dejábamos salir un pequeño suspiro de alivio cuando entraba otro pensionado con su perro. Finalmente la puerta se abrió con un poco más de esfuerzo. Una docena de ellos entraron silenciosamente. Nuestros ojos se encontraron. Conocíamos a la mayoría de los chicos que seguían a los Rovers, y éstos no se nos hacían familiares.

“A mi amigo le dieron una paliza en Bristol en Navidad”, soltó el Folla-Ovejas #1 (Ndt: Término despectivo,  para referirse a los pobladores de pueblos rurales, donde hay muchas ovejas y más comumente para referirse a los habitantes de Gales),  fácilmente de 18 años y del doble del tamaño de todos nosotros juntos.
“¿Y qué putas nos importa?” respondí. No podía creer que lo había dicho, me arrepentí de inmediato.
 
Aún estaba sentado, era un blanco fácil. Me metió los dedos justo en los ojos, el dolor era increíble. Grité en agonía y puse mis manos sobre mi cara. Luego sentí un golpe en el lado de mi cabeza, los puños llegaron rápidos y fuertes. Los otros también se jodieron, ni siquiera mostramos resistencia fue un demostración vergonzosa. Todo acabó en cuestión de segundos. De hecho pudo haber sido mucho peor, se dieron cuenta de que éramos solo niños y pensaron que unos pocos golpes eran suficientes. Pensamos que se irían, pero se quedaron, pidieron pintas y se quedaron mirándonos, tirándonos portavasos de vez en cuando, retándonos a que intentaramos salir por la puerta. Al dueño no le importó ni mierda, obviamente ya lo había visto todo antes. Pero pronto se arrepentirían de no haber hecho nada cuando tenían la oportunidad.

Keith Hurt apareció en la puerta, el callado, indiferente y de gafas Keith Hurt, uno de los bastardos más malvados de al norte del río. Detrás de él, una fila de la que no se veía el fin de Tote Enders entró al Pub llenó de humo. ¡Habían llegado los refuerzos!

“¿Quién te hiso eso, chiquillo?” preguntó Keith, mostrando verdadera preocupación, mis ojos estaban inyectados de sangre y llorando.
“Ese hijoputa de allí”. Señalé a Folla-Ovejas #1, que para entonces se encontraba manchando de café sus pantalones.
Keith siempre pensó que las acciones decían más que las palabras.
“Te gusta golpear niños pequeños ¿no, maldito imbécil?”
 
Me sentí ofendido de que me trataran de niño pequeño, chiquillo estaba bien, pero pequeño niño me hacía estremecer.  En todo caso, esto valía la pena totalmente. Keith no encajaba en el perfíl  del  típico hooligan de fútbol. Gafas estilo Buddy Holly, saco rosado y pantalón en pana beige. Doc Martens muy brillantes eran su única referencia a la moda Skinhead. Agarró a #1 por la garganta, le pegó un rodillazo en las bolas y lo golpeaó mientras caía. La mayoría de Tote Enders estaba todavía en el bar pidiendo sus bebidas, pero apenas se dieron cuenta de que había aggro se lanzaron. Lección #1, tira a los  malditos al piso, lección #2, patea. No podías habernos apartado si quisieras. Estaba ansioso por venganza, atravesé la multitud y pisé la cabeza de #1, que para entonces estaba llorando como un bebé. Volví a sentir la navaja con mis dedos…No, no tengo lo necesario, mejor solo patea al maldito. Ahora estábamos todos allí, Benny y Lil yendo por unos de los más chicos, Lil por fin manchando de sangre sus botas vírgenes, sonreía de oreja a oreja. Waddsy reventó un vaso sobre uno de ellos que luchaba por llegar a la puerta. De alguna forma los Taffies lograron escabullirse fuera del pub, golpeados y ensangrentados, habían recibido una buena paliza. “VENGAN Y PRUEBEN UN POCO DEL AG-GERO DEL TOTE END” resonó en sus oídos, La venganza era dulce.


No duró mucho. Aún estábamos un poco cautelosos en el camino al estadio. Había habido algunas peleas pequeñas, todas terminadas rápidamente por la policía, nada serio.  Pero en el estadio hubo total confusión. Intentábamos encontrar su End, siempre nos dirigíamos al End del equipo contrario- ésta era la única forma de establecer nuestra reputación- pero a diferencia de la mayoría de lugares, el crew de Swansea estaba establecido en las largas graderías a un lado de la cancha. Terminamos en las graderías descubiertas, dándole la espalda a la prisión de Swansea, como 200 de nosotros, pero la mayoría de nuestro grupo estaba en el otro lado cubierto, opuestos a nosotros.  

“¡Vengan a unírsenos, vengan a unírsenos acá!” nos gritaban nuestros camaradas en el lado opuesto. No tenían que decirlo dos veces, nos lanzamos inmediatamente a cruzar el campo de juego. Los demás nos siguieron, los folla-ovejas, pensando que íbamos a por ellos también se lanzaron al campo de juego. Nos encontramos en la bomba del centro de la cancha, y más gente del Tote seguía viniendo desde el otro extremo de la cancha, era un caos. Todo era movimientos rápidos, puños, patadas, entra con una patada voladora, apunta al estómago o a las bolas, haz algo de daño, luego corre. La policía se nos unió, perros, caballos y un par de cientos de vagos intentando hacerse daño entre ellos. ¡Magnífico!  

La calma fue restablecida a tiempo para la patada inicial. Fui sacado del estadio por la policía junto a una docena más. Ni mierda, pensé, no había venido hasta tan lejos para pasar la tarde del Sábado vagando por ese basurero.  Vi a un tipo de Ambulancias St John.

“Hey amigo, ¿dónde está el puesto de primeros auxilios?” pregunté señalándole mis ojos. Todavía estaban inyectados de sangre y me dolían mucho.
“No aquí afuera, chico” respondió “queda adentro del estadio”
“¿quéééé? Pero si el poli me dijo que era acá afuera” me quejé.
“Vamos yo te llevo adentro” me sujetó del brazo como si fuera una especie de soldado herido.

Resultado perfecto, estaba de vuelta en el estadio sin problemas, incluso me frotó un poco de Germoline en los ojos un mariquita galés  que sentía tanta lástima por mí. Rápidamente me volví a unir a la apretujada masa en las gradas. Los Rovers empezaron volando, íbamos 2-0 para el medio tiempo y los dos grupos de fans mantenían un intercambio de groserías e insultos, separados por una fila de polis y sus Pastores Alemanes que se veían malvados. Los cantos se pusieron más y más insultantes. Entonces, lo llevamos muy lejos. Siempre había un canto que garantizaba que los Taffies se volvieran completamente locos, incluidos los policías, tan pronto empezamos a cantarlo, nos arrepentimos. “ABERFAN, ABERFAN, ABERFAN…”. Era pleno medio tiempo, siempre un momento riesgoso y el canto fue como poner un trapo rojo frente a un toro. Empezaron a salir por montones desde la parte de arriba de las escaleras, pasando junto a los polis que estoy seguro los apoyaban.

Estaban armados con ladrillos, botellas y tornillos, caíamos como moscas. Angus, un tipo viejo y grueso de Lockleaze había estado parado junto a mí. Ahora estaba botado en el piso junto a mí con un par de tijeras sobresaliendo de entre sus hombros, sangre manchando su Fred Perry. El Tote presentó resistencia, pero los de Swansea venían desde la parte de alta de la gradería hacia nosotros, lo que es una ventaja. La policía por fin se decidió a intervenir, pastores alemanes y bolillos entraron en acción, restableciendo el orden rápidamente, pero no antes de que los guerreros celtas hubieran infligido gran daño a los invasores ingleses.
 
En la cancha, los Rovers ganaron 3-1, fuera de ella fue un sangriento empate. Ahora íbamos al tiempo extra. Empezó de nuevo, furioso combate mano-a-mano en las pequeñas calles alrededor del estadio, pelea entre tres, el Tote End, los Taffies y la poli.  Incluso me las arregle para conseguir una bufanda blanca y negra del Swansea en medio de la pelea, un preciado color  que agregar a mi cada vez más grande colección de trofeos. El aire estaba lleno de sirenas, ladridos de perros, y ese rugido subiendo cada vez más de volumen. El viejo favorito: “¡Vengan a ver!” (Come on then!) o “¡Denle a los bastardos!” (‘Ave the bastards!) Caos y violencia totales.

Pero ahora teníamos un problema, un gran problema. Debíamos regresar a los buses y nadie recordaba dónde estaban parqueados. Me até mi recién adquirido souvenir a la cintura, bajo la chaqueta. Encontramos un pequeño grupo de fans de los Rovers esperando en una esquina, se veían ansiosos.
“¿Están esperando a los buses?” En realidad no necesitábamos preguntar, los reconocíamos del viaje de llegada.
“Sí, deberían  llegar en cualquier momento…”
“¡Puta mierda! ¡Miren a toda esa gente, corran!”

Apenas nos vieron rugieron, ese rugido gutural. Me recordaba la película Zulu. Salimos corriendo en todas las direcciones, eran muchos más que nosotros. Benny, Waddsy y yo corrimos a través de una entrada grande con rejas de hierro, doblando la esquina, buscando desesperadamente un lugar donde escondernos. Era un área industrial, una fábrica de gas. Estaba cagado del miedo, mi corazón resonaba, mir piernas se volvieron de gelatina y mis bolas regresaron al modo arveja-congelada. Recé a Dios para que los folla-ovejas hubieran seguido derecho por la calle principal. No contamos con tanta suerte. Deben haber sabido que nos habíamos metido a un callejón sin salida. Había edificios, oficinas, alrededor nuestro. Benny y yo empujamos una puerta, un guardia de seguridad estaba sentado con sus pies arriba de la mesa, leyendo el periódico.
 
“¡Ayúdanos amigo, nos persiguen!” le grité.
“Largo de aquí ingleses maricas” fue su simpática respuesta. Tuve la extraña sensación de que no iba a ayudarnos.

Cerré de un portazo la puerta tras de nosotros. De afuera se escuchaban los sonidos de violencia, le estaban dando una buena paliza a alguien. ¡Waddsy! ¡Todavía estaba afuera! Puta, teníamos que ayudarlo.

Abría la puerta de nuevo y corrí afuera, preparado. Debí haber estado demente. Benny estaba justo detrás de mí. Éstos eran bastardos malvados y estaban armados hasta los dientes. Pateé a uno, pero era una pérdida de tiempo, di tus oraciones Browner, me dije a mí mismo. Waddsy estaba en el suelo, en posición fetal intentando proteger su cabeza, recibiendo patadas. En ese momento se volvieron hacia mí, una barra de hierro chocó contra mi cráneo, caí como un saco de mierda. Luego empezaron a llegar las botas, una me dio directo en la cara. El calido, dulce sabor a sangre llenó mi boca. Empecé a balbucear, mocos, sangre, lagrimas.
“No más, no más, por favor” lloriqueé “ya fue fuficiente…”
“Claro que no lo fue, inglés de mierda”
 
Podía escuchar sus gruñidos cada vez que pateaban, como un boxeador expulsando el aire con cada golpe, lo hacían en serio. Podía olerlos, oler el betún de sus botas, incluso saborearlo.

Su trabajo terminado, hicieron un salida apresurada, sin duda iban en busca de más presas. Una calma y un silencio se apoderaron de mí, el único sonido era mi patético lloriqueo y el borboteo de la sangre de mis destruidas nariz y boca. A duras penas sabía qué estaba pasando, dónde estaba, lo que estaba haciendo. Luego un despertar de consciencia de lo que estaba pasando llegó. Estaba en la parte de atrás de una ambulancia dirigida al Hospital Singleton.

La sala de espera era como como una zona de batalla. Había chicos magullados y ensangrentados por todas partes, heridas de cuchillo, cabezas rotas, cuerpos golpeados por ladrillos, botellas, de todo. Números más o menos iguales, al menos habíamos dado tanto como habíamos recibido. Waddsy sonreía, casi ni tenía un rasguño, solo una pequeña herida de cuchillo en su costado, sangre manchando su mejor Ben Sherman.

Me cosieron la cabeza y le pusieron vendajes,  el cuerpo me dolía como un putas y mi labio se sentía como si fuera del tamaño de una pelota de rugby. Había recibido una buena paliza, me habían fracturado el cráneo- algo de lo que jactarse- y mi cara era un verdadero desastre.  Mira el lado amable, Browner, me decía, al menos vas a tener una buena cicatriz, algo de lo que presumir en el colegio.

Había cerca un par de Tote Enders conocidos. Incluso empezamos a reírnos y a bromear con los chicos de Swansea que estaban allí- chicos amables en verdad, justo como nosotros.   Anoté el teléfono de un chico, prometí que seguiríamos en contacto, nunca lo hice. Le habían cortado la cara con un cuchillo, iba a tener una cicatriz hermosa. Estaba celoso.

Todos empezamos a cantar la canción de la gallina pati-chueca, el himno estándar de los hooligans de fútbol. Skins ingleses y galeses unidos, pasándola bien juntos… el personal del hospital estaba anonadado y sorprendido, no entendían. Libros serían escritos por expertos, psicólogos intentarían analizarnos, World in Action y Panorama harían docmentales sobre nosotros y se harían preguntas en el parlamento. Seríamos estudiados y varias teorías serían expuestas por los grandes pensadores de la nación sobre porqué los jóvenes causaban problemas en los  partidos de fútbol. Yo podía haberles ahorrado mucho tiempo y esfuerzo. Era bastante simple… lo disfrutábamos. 

Abril 1971. A cientos de millas de allí, en Carlisle, un chico nació el mismo mes en que yo recibía una paliza en Swansea. Sin duda llegó al mundo gritando y pateando, incluso tal vez vomitando y cagando. Mis contemporáneos y yo habíamos estado causando aggro en Baghdad mientras el futuro autoproclamado hooligan número uno de Inglaterra aún estaba en las bolas de su padre.




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