miércoles, 9 de febrero de 2011

Booted & Suited. Parte 2, capítulo 7: Una lección de historia

Aclaración de Brixton Cats:
El libro Booted and Suited es una versión revisada de un libro que originalmente salió bajo el nombre "Bovver". En "Booted and Suited" el autor invitó a otra persona para que escribiera unos capítulos sobre los años de finales de los 60's, ya que en ese entonces Chris Brown era un niño y aun no salía. la PARTE 1 es escrita por otra persona, y son 6 capítulos, el primero de los cuales ya tradujimos en una entrada anterior que se puede ver haciendo click AQUI. Sin embargo en mí opinión, estos primeros capítulos no son tan entretenidos de leer como el resto del libro que sí es escrito por el autor. Así que nos vamos a saltar los capítulos del 2 al 6 para ir directamente a la PARTE 2 que es más divertida y está compuesta por 32 capítulos. Ojalá les guste y la idea es ir poniendo un capítulo nuevo cada Miercoles.

Nota importante: intentaré poner links de Youtube para escuchar las canciones que se mencionen. Así que hagan click en los nombres para escucharlas. Y las fotos que se incluyan en el artículo NO son del libro, las ponemos nosotros en el blog para que sea más divertido.

Parte II: Los setentas, una década de disturbios

La gente que dice que no se arrepiente de nada usualmente quiere decir lo completamente opuesto. Estaría mintiendo si dijera que no me arrepiento de nada. Hoy día me arrepiento de muchas de mis acciones en mis años formativos, pero en ese tiempo la palabra “arrepentimiento” ni siquiera estaba en mi vocabulario, tampoco lo estaba ‘remordimiento’. Parece que un libro de este tipo debe estar justificado, racionalizado y, por cualquier razón, vindicado. No tengo ninguna intención de justificar mis acciones o las de mis colegas, y mucho menos las de gente que a duras penas conocía. Este libro es meramente una observación y recuento de eventos reales que, en su momento, no parecían nada fuera de lo ordinario; de hecho, este libro podría ser escrito por cientos, si no miles,  de otros justo como yo. No es una novela ni una colección de dudosas anécdotas recogidas por algún mal informado ‘guerrero detrás del teclado’, es una historia verdadera o tan verdadera como mi mente me lo permite, de gente real. Has de ella lo que quieras, saca tus propias conclusiones.

Escondido en lo profundo de las páginas del Libro Guinness de las Canciones Hit en Inglaterra, recogiendo polvo  y escondido en algún sitio entre Moody Blues y Mott the Hoople, está una entrada solitaria y un tanto patética: “Derrick Morgan: vocalista masculino jamaicano; entró a las listas el 17 de Enero de 1970; título: ‘Moon Hop’; sello Crab Records, 1 semana en el puesto 49”.     

Para los no-iniciados e ignorantes devotos de todas las cosas de los setentas, ocupados pasando sus dedos entre ‘Ride a White Swan’, ‘Waterloo’ y ‘Staying Alive’ hasta el cansancio, las tan llamadas canciones “clásicas” de la década, a duras penas merecería una ojeada. Sin embargo, a aquellos que fueron cortados en un molde totalmente diferente, les puede llamar la atención, tal vez sacarles una sonrisa de aprecio e incluso evocar un cálido recuerdo de las palmeras de plástico y las luces interrumpidas del bar Bali Hai y de la música en la sala de baile Locarno.

‘Moon Hop’ entró en las listas de canciones en el primer mes de esa década llena de momentos y fue  una canción tan ‘underground’ como cualquiera de King Crimson, Yes o sus similares, que son más gustosamente marcados con esa molesta etiqueta. Lo que es más, ‘Moon Hop’ no está sola, ‘Movin’’ por Brass Construction, ‘Shadow’ por los Lurkers, ‘Another Girl, another planet’ por los Only Ones, solo tuvieron una efímera pasada por las listas pero su impacto e influencia se mantienen imposible de medir. Quita los deshechos, pela las impurezas e ignora la basura y encontrarás la música y la moda de un mundo totalmente diferente: mi mundo. Un mundo de trajes Tonik, estadios y The Maytals, de revueltas raciales, pines y The Clash a través del P.Funk, zapatos con plataformas y discotecas. La verdadera historia de la década más satanizada en la historia de la juventud británica, a través de mis ojos- mi ropa, mi música, mi violencia. Bienvenidos a los verdaderos 1970’s- no es ninguna Tierra de fantasía boogie (NdT: referencia a Boogie Wonderland, canción de EWF famosa en los 70’s).

Capítulo 7:  Una lección de Historia
 Debía tener 10, tal vez 11. En todo caso mi físico no daba para mucho. Llegué corriendo con mi cara llena de lágrimas y rabia, buscando lástima. A través de los mocos y las lágrimas, le dije a mi viejo “ese… ¡ese niño mayor me pegó!”.
“Bueno, pues golpéalo de vuelta” dijo mi padre como si fuera lo más normal. Detecté un guiño y una sonrisa e hice lo que me dijo. El escenario había sido puesto.

A medida que la soñadora, idealista y liberal década de los 60’s, llegaba a su fin, la querida y vieja Britania, que se había levantado la falda, tirado los zapatos y bailado descalza en el parque con el resto de Hippies amorosos de Timothy Leary, de repente recibió una abrupta dosis de realidad, y un recordatorio de que no estaba precisamente preparada para perder su cabeza y sus costumbres ante un montón de drogadictos del otro lado del charco.

Los ‘Hard Mod’s o ‘Peanuts’ habían llegado como los más jóvenes, más disfuncionales y odia Hippies, primos de los Mods a principios de 1968 y para mediados de verano del próximo año, los recién nombrados ‘Skinheads’- luego de coquetear un poco con el nombre ‘cropheads’- se habían apoderado rápidamente como el culto para la desencantada, blanca y working class juventud británica. Había sido un largo y caliente verano de violencia que empeoraba y aplastante Reggae. Desmond Dekker lideraba las listas y botas Bovver  resonaban a través de la nación. La nueva década se estaba preparando para lo que venía.

Enero de 1970. Aquél disco de Derrick Morgan pasó desapercibido entre las partes bajas de las listas mientras Rolf Harris cantaba sobre sus ‘Two Little boys’. Pantalones abombados (Ndt: en inglés dice Loon pants, que viene de Baloon que es globo, que son un tipo de bota campanas pero muy anchos de la rodilla para abajo) en terciopelo aplastado, flores en el cabello y solos de guitarra de 10 minutos no eran para mí. Tenía 14, edad perfecta para una era perfecta. Aunque honestamente hubiera deseado ser un poco más viejo. Había observado y aprendido desde afuera, me había abalanzado sobre cada periódico amarillista con sus titulares en letra gigante, llenos de las arriesgadas fechorías de mis héroes destrozando Margate y Weston, causando el caos en cada estadio del país.

Me había cortado el pelo como tocaba, robado los tirantes clip-on de mi viejo, y sentado en la bañera usando mis Levi´s en un fallido intento por achicarlos, resultando solamente en piernas manchadas de azul y un regaño de mi mamá. Había adornado el producto final  con un bonito dobladillo de media pulgada (Ndt. 1,25cms), y en una visita a una tienda de artículos militares en la calle Hotwells había comprado mi chaqueta bomber en gamuza y con cremallera, y adquirido las botas. Y éstas no eran cualquier botas: 30 chelines (ndt: antiguo sistema de dinero  inglés, en el que 1 chelín equivale a 5 peniques de los actuales) de cuero militar y taches tan grandes y pesados que yo tenía que dar tres pasos para que se movieran. 

Con razón caminábamos en esa forma tan distintiva- ese contoneo arrogante y de piernas arqueadas, los brazos enterrados en los bolsillos de cortas chaquetas de cremallera, o abrigos sheepskin, sobresaliendo en el ángulo correcto, preparados para molestar, empujar, bovverear  a cualquiera que se atreviera a cruzarse en nuestro camino.  Esta era la única forma de reconocer a un Skin, sorprendentemente no por el corte de pelo, que variaba en longitud entre una muy rara cuchilla #1 hasta un más común ‘corto a los lados y atrás’. Ni por las botas, que eran una atemorizante y variada mezcla de hobnails (ndt: con taches) ex –militares, NATO paratroopers hasta la pantorrilla, industriales Big T Tuf, o las terroríficas McCoys NCB con punta de acero. El caminado, eso es lo que identificaba a los Skins, el caminado. Una vez hube dominado el tan importante caminado ‘quítate-de-mi-puto-camino’, supe que había llegado. 

Hobnails (con taches)
Ex-militares


Había llegado bien, había llegado justo a tiempo para que todo empezara a cambiar. En menos de 12 cortos meses, los skins habían evolucionado. Era un caso de necesidad: la policía había declarado las punta de acero y las hobnails como armas ofensivas, y a cualquiera encontrado usándolas  probablemente se le decomisarían éstas o los cordones, o peor, sería arrestado. El cabello, que en realidad nunca fue lo suficientemente corto como para que se nos llamara ‘Skinheads’ (Ndt: nuevamente, Skinhead literalmente es cabeza de piel), estaba creciendo y la ropa se estaba volviendo más elegante. El look, que había sido sobre expresar orgullo de tu entorno working class o de tu ficticia dureza del Esta End de Londres, con las camisas sin cuello, chalecos de abuelo y todo lo ex –militar, estaba siendo reemplazado por algo más cosmopolita y pragmático, que las tiendas británicas de ropa de ‘gama alta’ estaban más que dispuestas a ofrecer.   
Camisa sin cuello
Chaleco de abuelo



Chaqueta Levi´s en pana beige
En materia de chaquetas, Harringtons negras, verde botella, e incluso a cuadros ‘principe de Gales’, competían con  chaquetas de jean azul o en pana Beige de Levi´s y Wrangler. Mientras que los Sta Prest Levi´s en blanco brillante, que en 1969 habían sido usados por todo Bovver boy que se respetara para la noche del Sábado o para el viaje en festivos a la playa, estaban ahora disponibles en un sinfín de colores, incluyendo mi favorito, verde oliva.  Por motivos prácticos los colores más populares de lejos eran el negro y el verde botella. Prácticos porque podías usarlos en el colegio con tu par de Brogues más brillantes, los cuales con una suela de cuero extra de media pulgada y ‘Blakeys’ (Ndt: una especie de punta de acero que se le pone a la punta de la suela para que no se desgaste) de acero agregados en buena medida, más que compensaban la ausencia de las botas bovver. Los Crombies, con el obligatorio pañuelo en el bolsillo del pecho, habían empezado a reemplazar los Sheepskins, los cuales muchos de los skins no podían pagar en todo caso, y las Ben Sherman a rayas ahora estaban disponibles en una infinidad de telas a cuadros, como también lo estaban las  más baratas e incluso más coloridas versiones de Brutus o Jaytex, por si tu  madre pensaba que 3 libras era mucho dinero que pagar por la camisa de verdad.

Royal Brogues


'Blakeys'

Sí, esto está bien, pensaba, tomaré algo de esto. Pero las botas, todavía necesitábamos las botas, ¿¡qué pasaba con las putas botas!?   Las viejas Hobnails te podían hacer ver duro, pero la única vez que las usé con rabia, contra un joven Greaser de Barnsley en el estadio a finales de 1969, me fui de cara al piso y me dieron una paliza.  Estaban bien para presumir en el colegio, correr y   deslizarse en el parque, impresionando a las jóvenes chicas con las chispas que salían volando, pero ¿calzado práctico y cómodo? ¡Olvídalo! No, consíguete un par de las nuevas, llamativas y elegantes Dr Martens Astronauts de 11 ojales o incluso las bonitas Monkey Boots. Por alguna razón que no logro comprender, escogí las Monkey Boots. Se veían geniales: negro brillante, café u Oxblood con cordones amarillos. El único problema con las Monkey Boots es que venían en tallas pequeñas  así que todas las chicas podían usarlas, pero las amaba, compré un par color Oxblood- qué nombre, incluso el betún sonaba duro (Ndt: Oxblood literalmente significa sangre de buey, es un color como vinotinto oscuro).

Dr Martens Hawkins  Astronauts 7-ojales



Monkey Boots
Así que eso era, esta vez definitivamente sí había llegado. Tenía mi ropa, tenía mi nuevo corte de pelo completo con  una línea del grueso de un lápiz rapada en el lado izquierdo, y tenía a mis amigos. Un crew decente a decir verdad, liderado por Waddsy que tenía que tener las Astros en rojo cherry, mientras Benny, Lil y yo, Browner, teníamos las, pobres en comparación, Monkeys. Seguro, había muchos más chicos- Mogger, Harvey, Tommo, Smo- pero nosotros éramos la crema y nata. Prácticamente todos los de nuestro año en la escuela eran Skinheads, al menos los que vivían en Council estates. Todos habíamos leído el libro por Richard Allen y podíamos recitar de memoria, palabra por palabra  las mejores partes del libro que llevaba aquél título.

Skinhead por Richard Allen
Joe Hawkins era nuestro héroe. ¿Y es que él, o Richard Allen, siquiera existían? ¡Ni una mierda! El día que descubrí que Richard Allen era de hecho un Canadiense de 40 años bajo el nombre de James Moffat y que Joe era un producto, uno muy creíble, de su descarriada imaginación fue comparable al día que descubrí que el tipo viejo vestido de rojo que venía a mi cuarto en la Navidad no era quien yo creía.  Pero ¿A quién le importaba? Joe era el hombre, cualquier cosa que Joe y sus amigos pudieran hacer en el North Bank de Upton Park, nosotros lo podíamos hacer en el Tote End de Eastville. Todos nos veíamos igual, actuábamos igual, y seguíamos las mismas reglas; por el West Ham de Joe, Browner tenía los Rovers de Bristol; por Plainstow, tenía a Henbury. No es que habitáramos el brutal mundo de pesadilla de Joe. El nuestro era el mundo real, y las dificultades de la gran ciudad, la pobreza y el conflicto racial de Plainstow no eran cosas que experimentáramos en el relativo confort de nuestro council estate de Bristol que limitaba con un amplio campo y desde el cual se podía ver el boscoso Blaise Castle State (Ndt: parque con un castillo). 

Hensbury, como la mayoría de Council Estates construidos en la Inglaterra pos-guerra, estaba habitado en su mayoría por familias honestas y trabajadoras, libres de los problemas de drogas y crimen  que los acecharía años más tarde. Las filas de inmaculados jardines frente a limpias casas con sus entradas y puertas uniformemente pintadas en el color estándar de los council estates, azul y verde, tenían una consistencia que se aseguraba de que ningún residente se sintiera mejor, o peor, que su vecino. Más aun, la renta que era pagada en efectivo cada semana estaba a un nivel que la mayoría de personas podía pagar; de hecho, el éxito de las casas de los council estates era un recordatorio del gobierno del Labour Party que había creado su utopía en los 50’s. Es una pena que, como las novelas de Richard Allen, eso era pura mentira, aunque hay que admitir que solo fue hasta años más tarde cuando Thatcher y sus amigos se empeñaron en abolir el socialismo, y con éste la clase trabajadora como  Inglaterra la conocía, que el sueño se convirtió en una pesadilla y degeneró en el olvido de abuso de drogas y crimen callejero que aún prevalece hoy en día.  Es más, los individuos que suscribían a las creencias de Thatcher se convencieron a sí mismos de que ya no eran clase trabajadora y se apresuraron a comprar sus casas en los council estates, instalar sus puertas tipo colonial y parquear sus Sierras en sus nuevos garajes, y al hacer esto negarle la posibilidad a futuras generaciones de vivienda limpia y al alcance económico-  ellos eran tan culpables  como la calculadora y desviada tirana.

El uso de drogas que se volvería tan común en los años siguientes en los council estates, era prácticamente desconocido para el movimiento Skinhead, y era considerado como un asunto del Hippie retirado de la escuela o del asqueroso Greaser. La mayoría de los Skinheads aborrecían las drogas, y a pesar de que sus primos mayores, los Mods, habían consumido Speed que mejoraba el desempeño, Purple Hearts y demás cosas parecidas, ningún skin que se respetara a sí mismo tomaría uppers (Ndt: anfetas, speed, drogas que aceleran), y ni mencionar las expande-mentes y alucinógenas drogas asociadas con los Hippies ‘qué rolloo tíoo’.

Si no eramos capaces de alardear de nuestra crianza en los duros centros urbanos, pues al menos podíamos emular a Joe y sus amigos en otras formas. A decir verdad, nuestra versión de crimen callejero y Aggro estaba limitada a sacar a escondidas LP’s de Reggae de la tienda por departamentos Jone’s, vandalizar cabinas de teléfono, y aterrorizar a la población Hippie local, que solían ser nuestros colegas estudiantes del verdoso Westbury. Incluso no pagábamos las tarifas de los buses, pero nuestro primer y único intento de provocación racial, cuando Waddsy insultó al feliz conductor jamaicano con un ‘No voy a pagar nada, wog (Ndt: expresión despectiva hacía los negros)’, resultó en él siendo golpeado en la boca y con nosotros siendo expulsados bruscamente del bus. Incluso teníamos nuestras armas de moda, y nos armábamos con peinillas ‘cola de rata’ (Ndt: cola de rata por lo delgadas) de acero afiladas, y tubos de 6 pulgadas, de bicicleta llenos de arena, aunque éstos solo los sacábamos para golpear los nudillos de los amigos mientras nos fumábamos un cigarro prohibido en el garaje de las bicicletas.

La vida en el estadio, era una cosa totalmente diferente.  Era allí donde entrabamos en nuestro elemento y vivíamos la fantasía de ser los chicos duros del Tote End, el infame lado del estadio de los fans de los Bristols Rovers. Rara vez instigábamos las peleas, que aparecían con alarmante regularidad, pero en todo caso íbamos como moscas a patear junto a los mejores de ellos cada vez que un pobre bastardo desafortunado de los visitantes se encontraba postrado en el suelo. El Tote End se convertiría en mi escenario, en el cual, esperaba yo, si me desempeñaba bien  y seguía el guión, me convertiría en una estrella. Pero en 1970, participando solamente desde los lados como el resto de mis amigos, no era nada más que un extra, con un papel pequeño.  Uno que, sin embargo, estaba más que dispuesto a aprender de las verdaderas estrellas y leyendas a quienes estudiaba, adoraba y soñaba con emular.

Había sido fan de los Rovers desde 1968, en los días en que ‘¡Ziggar zagger! ¡Zigger zagger! ¡Oi! ¡Oi! ¡Oi!’ resonaba desde las graderías. Increiblemente, y para mi eterna vergüenza, mi primer partido de fútbol en la vida fue en Ashton Gate: Bristol puto City vs. Blackburn Rovers, 0-0, una puta basura.  ¿Era realmente esto lo que eventualmente sería llamado el juego bonito? No sé por qué fui a Ashton, presión de grupo suena como una excusa bastante estúpida. En ese tiempo, el resto de chicos en nuestra calle eran fans del (Bristol) City, Inglaterra era el campeón del mundo y cada mocoso en el vasto territorio inglés quería ser el próximo Geoff Hurst, George Best, o en el caso de Bristol, el próximo John Atyeo o Alfie Biggs. Fútbol, fútbol, fútbol, eso era todo lo que quería en la vida; en vez de eso pude ver a algunos maricas en camisetas rojas haciendo el ridículo, y para empeorarlo todo, era al sur del rio.  

Hoy día el fútbol se ha vuelto aceptado, un tema compulsivo para que las clases habladoras  discutan durante la cena, hinchas famosos se divierten entre ellos y buscan la aceptación de la razón por la cual siguen a cierto club. ‘Estaba en mi sangre, mi padre me llevó a Henbury cuando tenía tan solo 2 días de nacido’, ‘Mi tío abuelo Ernie jugaba para el Liverpool’, ‘He seguido al Manchester United incluso cuando estaban al fondo de la tabla de posiciones’ (¿Y exactamente cuándo pasó eso?). Era su destino; ¡Y una mierda si era el mío! Mi viejo solamente se preocupaba por poner comida en la mesa y por cuidar sus fuchsias (Ndt: tipo de planta), mientras que mi hermano mayor no sabía la diferencia entre un Flat Back Four (Ndt: un tipo de formación defensiva de fútbol que no sé cómo traducir) y una flatulencia.

‘¿De quién eres hincha pá?’ le había preguntado a mi viejo, pensando que podría sacar un poco de inspiración de él. ‘¿City o Rovers?’
‘A ninguno, hijo’  dijo de la forma más natural, ‘ambos son una mierda’. No podía discutir con eso, eran basura, con el City pudriéndose al pie de la vieja  Segunda división, y los Rovers en la mitad de la Tercera. En todo caso, había valido la pena intentarlo. No, la razón por la que cambié mi lealtad y me convertí en fan a morir, azul de corazón, de los Rovers, no fue el destino o la fe ni ninguna otra bobada que los más recientes seguidores clase media de la Liga Premier dicen. Fue simplemente porque el Estadio Eastville, hogar de los Bristol Rovers, quedaba en la ruta del bus.

Era un día lluvioso en la mitad del invierno de 1968. Los rivales, de algún lúgubre pueblo del norte. Nuestro legendario bebedor-de-cerveza, fumador y sumamente subestimado delantero Alfie Biggs (eso es lo que yo llamo nombre de futbolista) dirigía a los Rovers. Y eso es todo- todo lo que puedo recordar acerca de mi primer partido en Eastville. Siempre he pensado que es raro, puedo recordar a los rivales en Ashton Gate y el resultado de mi primer juego en la vida, pero no mis primeros furtivos acercamientos a lo que se convertiría en el amor de mi vida. Lo que sí recuerdo es el estadio. Qué lugar, qué atmosfera, qué ambiente, pero sobre todo, qué olor- quedaba al lado de unas tuberías de gas. La lluvia permanente que emanaba de la torre de enfriado hasta en el más soleado de los días, humedecía la ropa, el pelo y hasta la piel. Era como una droga. Necesitaba mi dosis de gas cada dos días y no podía tener suficiente de eso. El lugar no se parecía en nada a Ashton Gate, que en el momento estaba cubierto solo en dos lados. Eastville tenía una larga y un tanto decrépita vieja gradería Sur de  madera, una larga y más impresionante gradería Norte, una terraza gigante y descubierta, y la Piéce de Résistance (Ndt: lo mejor): el Tote End cubierto (Ndt: los “Ends” son las graderías detrás de los arcos). Para mí el estadio Eastville era el Wembley del Oeste. 
Tote End

La violencia en el fútbol empezó a hervir a mediados de los 60’s. Era natural, chicos working class, con un poco de plata en los bolsillos por primera vez, y con acceso fácil al resto del país a través de la creciente red ferroviaria y de autopistas. Pero lo que necesitaba para de verdad despegar era un catalizador, algo que hiciera que todo se juntara y desencadenara todo su potencial sobre el desprevenido mundo. El catalizador había llegado en 1969 en la forma del Skinhead. Por fin un culto que estaba basado, y más importantemente, crecía con la violencia. Seguro, los Mods no se oponían al esporádico encuentro con los Rockers en las playas, pero los Skinheads perfeccionaron la idea y encontraron el escenario perfecto para llevar a cabo sus conquistas cada semana y no solamente cunado hubiera festivos. Pero a diferencia de todos los otros cultos juveniles que habían azotado a Inglaterra en los pasados 30 años, ellos habían encontrado al perfecto y siempre disponible enemigo: otros Skinheads.   

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